Me desperté abruptamente, a punto de estrellar mi cara contra el suelo mientras la embarcación no dejaba de moverse. Llevábamos tres días de tormenta. El susto no me permitió volver a dormir y me quedé reflexionando. No puedo parar de moverme, pensé, pero no sólo por el barco. Imagino a las personas que se dedican toda su vida a una cosa en específico y no me siento reflejade. ¿Será que hay alguna especie de energía acumulada y diversificada en las personas que nos encanta hacer muchas cosas al mismo tiempo?
Entonces, me pregunto ¿Por qué las personas, pudiendo hacer cosas, deciden no hacerlas?
Siempre he hecho muchas cosas, he participado en muchos lugares. Recuerdo que mi niñez estaba llena de actividades. Durante toda mi vida, mis padres siempre me han apoyado en realizar diversas actividades. Especialmente cuando era chique, porque aún dependía de ellos para trasladarme a los lugares que tenía que ir, dependía económicamente, por supuesto. Mi madre me acompañaba y se involucraba constantemente, mientras que mi padre era un soporte a distancia y económico. Ni mi mamá ni mi papá tuvieron la oportunidad de acceder a carreras profesionales. De hecho, yo, mis hermanos y algunes primes somos la primera generación en entrar a la educación superior. Recuerdo mucho, especialmente cuando era chique, ser muy autodidacta e involucrarme en el mundo científico. Por eso también me hizo mucho sentido en ese momento el tema de la divulgación científica, o sea, cómo comunicar y compartir con personas “fuera” de la ciencia los conocimientos que se producen.
En quinto básico conocí a mi profesora de ciencias: Norys. Ella creó un Club de Ciencias en el colegio, que existe hasta hoy y donde yo participé hasta cuarto medio. Esa profesora fue una de mis principales motivadoras para que mantuviese el activismo científico, hizo mucho eco en ese interés personal que siempre había tenido. La profe Norys nos llevaba a terreno en visitas científicas, a todo mi curso, por distintos puntos de la región de Coquimbo tomando muestras acuáticas del Río Elqui y conociendo diferentes localidades en el camino. Después, en el club nos juntábamos todos los viernes y sábados a analizar las muestras y discutir los resultados. Nos involucró realmente y nos abrió al mundo de la investigación científica desde la ciencia escolar. Eso nos permitió aprender también de trabajo en equipo, de comunicación de ideas y de autonomía. Participamos en encuentros y ferias científicas donde asistían varios colegios de la región y exponíamos nuestras investigaciones en espacios públicos, como plazas, y en espacios académicos de universidades y colegios. Participamos también en congresos nacionales de ciencia a nivel escolar. Hicimos proyectos de investigación rigurosos y algunas de esas temáticas de impacto global las desarrollo hasta la actualidad.
Cuando miro hacia atrás, creo que haber participado de esos espacios desde muy chique, me enseñó a saber cómo encauzar mi motivación. A darle propósito, un sentido. Especialmente en scout, aprendí muchísimo sobre el trabajo en equipo, construir confianza con mis compañeres cuando distribuíamos las tareas, la importancia de las acciones educativas, el liderazgo de grupos… Pero sobre todo la importancia del trabajo colectivo. Me enseñó que el activismo, si es en solitario, no se puede concretar.
La Portus era mi partner en todo lo académico, y con ella participamos en distintas organizaciones medioambientalistas. Una de las cosas que hicimos desde primer año de la universidad fue generar charlas en espacios públicos, en colegios, y yo había participado previamente en jardínes infantiles. Primero comenzamos nosotres dos y después se nos sumaron unes compañeres de carrera. Nos teníamos que mover para que los colegios nos dieran un espacio, porque era por iniciativa propia, así que lo hacíamos a pura voluntad. En esas charlas mostrábamos videos sobre la biodiversidad marina y conversábamos de las problemáticas ambientales, pero además siempre había algo de política, porque es inevitable cuando se analizan las causas de esos problemas.
Ahí me di cuenta de que una de mis principales motivaciones es que la gente esté prestando atención, de alguna manera o en algún momento. Entonces, con una frase que se les quede grabada, eso puede significar un cambio. Con una frase grabada, después pueden interiorizarse o buscar más información sobre el tema, por ejemplo.
En Coquimbo aprendí el valor del sentido de pertenencia que tienen las personas con su territorio, obviamente porque es más chico. En cambio, en Santiago da la impresión que la gente quiere acaparar todo, todo Chile. Un activista de Santiago, piensa que automáticamente es un activista de Chile. Pero no es así. Y me pasó con muchas personas que conocí y que responden al modelo de centralización que todavía existe en Chile, que no conocen lo que ocurre en otros territorios o regiones.
Por otro lado, siento que igual en algún momento fui del tipo de activista que ladraba al expresarse, porque es una forma de sacar la rabia cuando se plantean las ideas. Pero pienso que he podido ir desarrollando el lado humano en el trato con las personas, establecer vínculos más empáticos, porque he conocido tantas realidades distintas, en el ámbito rural y urbano, en el ámbito académico y trabajando con personas que en algunos casos solamente tuvieron educación preescolar… Sobre todo en el activismo medioambiental, que participa todo tipo de personas. Y me doy cuenta que hay quienes mantienen una pseudo superioridad dentro de ese activismo, una suerte de élite de su estatus diciendo: “yo soy más activista que tú”, sabiendo que no somos rivales.