Si tuviera que decir cómo empezó mi activismo, diría que fue un día que estaba en el patio del liceo y un compañero me gritó “negro culiao, ándate a tu país”. Eso me retumbó. Me provocó mucha ansiedad, porque no era sólo él, eran muchxs compañerxs. Antes de tener consciencia sobre mi identidad me sentía excluido dentro del liceo por las burlas constantes sobre mi nariz, mis expresiones faciales, mi color de piel, mi tono de voz, mi volumen y mi forma de hablar. Pero sobre todo era mi color de piel. Empecé a educarme sobre el racismo y la xenofobia, aprendí a diferenciarlos, empecé a reconocer los factores. Comencé a leer y, con eso, a crear contenido para redes sociales. Todo esto me ha llevado a preguntarme ¿Por qué se exilia y excluye lo que se considera anormal, lo que no es considerado como blancocentrista?
Todas estas experiencias me han hecho evidente cómo la escuela se convierte en un espacio supresor de identidades no normadas: disidencias sexuales, migrantes, afrodescendientes, indígenas. Una falsa inclusión, una falsa democratización, un falso acogimiento a las personas migrantes, negras, indígenas. Ese racismo también se ve expresado en el currículo que niega nuestra existencia y nos priva de nuestra historia. En las clases siempre muestran a las personas esclavizadas en Colombia, México, Perú o Bolivia, pero Chile también tuvo un proceso de esclavización que se niega, incluso habiendo personas esclavizadas que ayudaron a procesos como la independencia y a la fundación de Santiago. Entonces siempre se ve lo negro como el extranjero, como lo que no pertenece aquí, no hace parte de aquí. En todos los sistemas educativos se imparte la historia de la negritud desde la esclavización, desde la trata transatlántica. Algo parecido pasa con lo indígena. Como si lo negro y lo indígena comenzaran con la historia blanca.
Más allá de la nacionalidad, mi pertenencia está en el territorio, su comunidad y su historia. Me reconozco como parte de la diáspora africana y específicamente, como afrodescendiente. Para mí la negritud no tiene que ver con el color de la piel, sino, con una identidad. La identidad que nace desde la opresión a tu corporalidad, que habita siempre el suelo de la jerarquía de la raza. Así, mi identidad se ha ido configurando desde las distintas opresiones que he vivido en torno al racismo y que ha tenido un factor territorial muy importante: migrar a Chile. Ha sido una identidad de no lugar.
Cuando vives todas estas opresiones, ahí es cuando te akilombas. Los kilombos eran lugares donde las personas esclavizadas, las personas negras, se reunían y hacían tácticas para liberar a lxs hermanxs del amo blanco. Así lo veo yo: mi territorio como un kilombo. Y mis hermanxs afro, los colectivos y espacios afro, han sido mi kilombo acá en Chile. Estos espacios han sido un retorno a lo que soy, he vuelto a sentir que pertenezco. Hacemos kilombo por muchos factores que nos unen: la migración, la negritud, la ancestralidad, el respeto y las experiencias compartidas acá en Chile. Y eso me ha ayudado a coger ánimo y encontrar lugares seguros, donde te puedes abrir sin máscaras, sin ocultar tus identidades diversas y la multiplicidad de cosas que piensas.
Mi segundo territorio es Afros Chile. Formamos esta organización un grupo de personas afrodescendientes, porque nos hacía falta un espacio propio y porque sentíamos que debíamos politizar nuestras experiencias. En Afros Chile sobre todo hacemos autoeducación afro centrada, es decir, ennegrecemos la historia, también tratamos el racismo, la apropiación cultural, distintas problemáticas que van surgiendo dentro del territorio chileno con las personas afrodescendientes. Además, participamos como colectivo de otras instancias institucionales.
Mi principal aprendizaje en este camino de migrar y akilombarme en Chile, es la importancia del auto reconocimiento. Agarrarse de tu identidad y poder contarla, no dejar que otras personas la cuenten por ti. En ese sentido, he aprendido a no callar ante las injusticias, ante las grandes o microagresiones y discriminaciones. He aprendido a coger los problemas desde una perspectiva más racional, no dejarme llevar por las emociones, por la pena por unx mismx o por otrxs, sino que poder mirar la situación y definir qué acciones realizar. También me ha ayudado muchísimo para aprender a socializar un poco más. Cuando llegué estaba muy compungido, era muy tímido, principalmente por las burlas hacia mi cuerpo y mi tono de voz.
Yo le diría a todxs esxs chicxs que se sientan identificados con mi relato, que formen sus territorios, sus grupos, sus colectivos. Formen sus espacios de contención, sus espacios seguros, lugares donde puedan habitar sin máscaras. Les diría que se aferren a lo que son, que politicen sus experiencias y que formen sus kilombos, que es lo que finalmente nos permite sobrevivir en esta sociedad.