Recuerdo ver a mis hermanas yendo a protestar en contra de la APEC o acompañándolas junto a mis padres para el once de septiembre, lo que me hacía ver a mi familia como referentes, en donde la indiferencia sobre los temas de interés social era imposible. Referentes desde lo moral, desde lo valórico, desde el lugar donde se debía estar y desde el compromiso que se necesitaba, dejando claro la importancia del apoyo. Esto fue tan relevante, que le daba mucho valor cuando reconocía estas situaciones, por ejemplo, en el liceo teníamos una profesora que siempre nos apañaba, y nos sentíamos respaldadas con ella, se la jugaba, y si bien no siempre le decíamos todo, porque eso significaba que igual la exponíamos, era alguien importante, porque no era una figura recurrente dentro de liceo.
Éramos conscientes que nos necesitábamos preparar, había presión porque lo que hacíamos tenía impacto y no queríamos que nos vieran como cabras chicas pateando la puerta. Necesitábamos avanzar hacia cambios más profundos, pero también prácticos, de condiciones que considerábamos como básicas para educarse. Allí comencé a participar en la FEL, donde el grupo humano era cercano, existía confianza, y en donde además los desafíos eran distintos a los del liceo, los espacios para la reflexión crítica eran importantes para mantener cierto nivel de cohesión entre lo que se discutía y lo que se decidía. Y no es que me defina sobre asambleísta, me agrada el centralismo democrático, pero necesitábamos levantar insumos para que los que llevan la batuta en distintos lados no se escapen tanto de la cohesión nacional ni se alejen de sus bases, y había que aportar en eso desde un trabajo orgánico de la organización.
Fui testigo de la clásica dinámica de la vieja política, la que busca constantemente el enemigo interno, en donde plantearse la posibilidad de que existieran sapos no era raro, en donde había gente con problemas psicológicos, o al menos eso pensaba yo de acuerdo con lo que ahí veía. Por otro lado, Nosotras actuábamos desde la confianza, desde el apoyo, si una la cagaba, la cargábamos todas. Además, como que se tenía que demostrar constante la fidelidad al proyecto, era como estar constantemente a prueba, y esa es una actitud muy patriarcal. Todo esto me hizo sufrir mucho, si bien había un lazo potente con ciertas personas, con otras me quebré.
Fue tan significativo que hasta nos hemos proyectado viviendo juntos, trabajando por un proyecto en común, armando una escuela en el sur, haciendo cambios, dedicándole el tiempo y compromiso que se merece. Porque eso aprendí, que hay que ser responsable, que cuando asumo una misión, una tarea, la organización de algo, debo tomármelo en serio, dedicarle el tiempo que se merece. Formarme, acercarme al conocimiento, era un primer aspecto, pero también sabía que tenía que avanzar hacia la organización, con un estándar ético que sea coherente con lo que estaba aprendiendo, generando estructuras que permitan coordinarnos para que las cosas funcionen y fluyan.