Yo vivo mi chamanismo selk’nam, mi espíritu, ya no para el resto, sino para mí. Sin embargo, siento el peso de mi cultura, de mis ancestros, de mi pueblo, de mi espíritu, eso es innegable. Es un peso en el sentido de una conciencia que alivia el dolor de pensar que Estado chileno ha sido tremendamente injusto, nos ha hecho un daño gigante. No hay nada que puedan dar a cambio, la disculpa ya no me parece suficiente. Es por esto que mi interpelación es para que el Estado se haga responsable de lo que han hecho. Lo interpelo no sólo por el daño que han generado a mi comunidad, sino también a su propia relación con los espacios naturales. Que cuiden y dejen de destruir, eso espero. No todo tiene que ser desarrollo y destrucción. Hay espíritus de nuestros antepasados en los territorios y por eso se debe cuidar esos espacios. Les pido también sensibilidad, que cumplan lo que dicen. Cuando pienso en casos como Canadá donde hay políticas de reparación en que el Estado pidió perdón a los pueblos originarios, me pregunto ¿cómo sería en nuestro caso?¿Cómo Chile va a pedir disculpas si asumen que no existimos? No le pueden pedir disculpas a un fantasma.
Desde pequeño vi a mi madre hacer limpiezas donde ocupaba fuego, quemaba cosas, prendía velas, guardaba hierbas, quitaba el mal de ojo y “tiraba la colita”. Como figura de autoridad del pueblo, crió a muchos hijos que distintas madres le iban a dejar por un tiempo. Mi madre no se veía como una autoridad, tampoco se veía a sí misma como selk’nam, pero ella lo era, y la gente cercana la reconocía. Yo viví, yo habité eso. Y mi papá por su parte, también fue importante. A él siempre le gustó mucho la cultura mapuche, yo creo que lo indígena me lo inculcó más él que mi mamá. Mi papá tenía mucha más conciencia de eso. Mi papá pasaba todos los veranos en el lago Lanalhue, en el valle de Elicura donde tenía su familia y amigos mapuche con los que hablaba mapuzungun, en una época donde era mal visto, porque había mucha discriminación y vergüenza. Conmigo siempre habló de estos temas, y participaba como activista en temas indígenas. Era frecuente conversar y ver documentales sobre estos y otros temas con mi papá.
Mi primer viaje a Tierra del Fuego significó mucho. Lo primero es que fui a mi tierra y la sentí mía. Lo segundo fue haber podido validar mi idioma. Lo tercero fue que me di cuenta no sólo de que soy selk’nam, sino que somos una comunidad viva. Todo esto cambió mi manera de ser y de enfrentarme al mundo, en ese momento me empecé a implicar políticamente y lo vi como una lucha que asumí. Conocer en ese viaje a la abuela Cristina fue fundamental, y fue también como un tirón de orejas para mí. Yo pensaba que era el único que podía hablar selk´nam porque no conocía más personas que hablaban mi idioma. La abuela Cristina me contó que en Ushuaia vivía otra abuela y que ella tenía muchos hijos y que eran todos selk’nam y mantenían la comunidad viva. Por primera vez comprendí que mi familia no era la única. Entendí que yo no era el único, y que siendo joven debía trabajar porque más personas aprendieran nuestra lengua. Ese fue un aprendizaje muy movilizador.