Hay un hito clave en mi historia de activista feminista y que marca la motivación de esta historia. Un 25 de noviembre, el día para la eliminación de la violencia contra la mujer, hicimos un mural pequeño en Puente Alto. Buscamos algunos referentes para la imagen y en un ratito llegamos a lo que sería mi sello a futuro: una niña encapuchada que nos movía al feminismo latinoamericano, zapatista y decolonial. Un feminismo para y con la niñez, una preocupación por la violencia hacia las niñas. Soy defensora de que niñas, niños y niñes, independiente de la edad, son seres políticos, transformadores y portadores de realidades, de cultura y cambio. También creo que se organizan y tienen capacidad de crear colectividad. Esa visión está ausente tanto de las políticas públicas como de nuestras organizaciones y colectividades.
Entonces, desde hace un tiempo me pregunto y nos pregunto ¿cómo generar espacios de articulación con las infancias en un marco de legimitación y reconocimiento?
Mi primer colectivo feminista es de la época de la universidad. Con un grupo de amigas y compañeras comenzamos a estudiar por nuestra cuenta sobre feminismo, comenzamos a leer a autoras que no eran parte de nuestra formación. Además, éramos muy críticas del sistema educativo, como todes en esa época, pero de a poco fuimos viendo cómo esa crítica se fue moviendo hacia el sistema educativo patriarcal y a las lógicas academicistas. Nos comenzó a molestar cada vez más ver esas lógicas en nuestras salas de clases, entre nuestros compañeros y
profesores, en especial con estos últimos. Ese malestar tal vez hizo que nuestra activación fuera tan preocupada por la autoformación y la exploración de formas distintas de aprendizaje. Cuando hacíamos un taller, lo pensábamos como una instancia de creación colectiva de conocimiento, de mucho reconocimiento. Para nosotras la orgánica tenía que ver con crear soluciones prácticas que hicieran sentido y orientadas hacia el bien común de quienes están involucrados. Esas formas de aprender estudiando y pensando con otros, de activar y de hacer política, se transformó en un sello que nos acompaña a cada una en nuestros actuales espacios de participación política.
Hacer activismo feminista tiene varias cosas en contra, tanto la activación en la calle como en las redes. En Santiago nos pasaron varias cosas, como que nos salían persiguiendo hombres, o acoso, mucho acoso. Ahí el único cuidado era entre nosotras, si íbamos por calles diferentes estar atentas al Whatsapp. Ahí todavía usábamos Whatsapp! Después comprendimos que los resguardos con la seguridad en la comunicación digital son importantes, y eso se instaló con fuerza durante el Estallido. Comenzamos a usar ciertas aplicaciones por sobre otras. Además, comenzamos a seguir protocolos de seguridad más exigentes de los que se usaban antes, y no solo hablo de organizaciones feministas. Con los nuevos protocolos comenzamos a regular el tipo de conversación que teníamos según las vías que se usaban. Esto implicó para nosotras en Punta Arenas mucha autoformación y formación en comunicación digital a través de la articulación con otras organizaciones.
El trabajo prioritario con la niñez partió con mi colectiva feminista y magallánica. La motivación de cada una era diversa pero la presencia de niñas y niños en nuestro cotidiano familiar y comunitario fue para todas un importante impulso. Con la colectiva fuimos de a poquito perfilando nuestro foco en el feminismo para la niñez. Hicimos un recorrido similar al que hicimos con mi colectivo de la universidad, discutimos bastante, todas aportando sus experiencias y procesos de activismo previo. Creamos una metodología para la autoformación muy asentado en la educación popular, lo que supuso sacar todo el rollo primero, luego ir a la práctica y vincularse con comunidades y territorios. Ahora, la pandemia fue la que nos dio un gran empujón. Ese tiempo de encierro exacerbó la precariedad y el aislamiento de niñas y niños. Con la organización comenzamos a pensar cómo acompañar a las hijas y sobrinas, y paralelamente ellas, que son amigas, tuvieron la idea de hacer un programa de radio, que en realidad se transformó en un podcast video: “Niñas al poder”. Este fue un espacio de mucho trabajo, aprendizaje y juego para todas.